17/9/14

Meditación...



Quizá haya varias maneras de meditar:

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Unas notas del libro

Biografía del silencio  
por Pablo d’Ors
(2012)

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La pura observación es transformadora. No hay arma más eficaz que la atención. (Simone Weil)

Hoy sé que no es así: la cantidad de experiencias y su intensidad solo sirve para aturdirnos. Vivir demasiadas experiencias suele ser perjudicial. No creo que el hombre esté hecho para la cantidad, sino para la calidad. Las experiencias, si vive uno para coleccionarlas, nos zarandean, nos ofrecen horizontes utópicos, nos emborrachan y confunden… Ahora diría incluso que cualquier experiencia, aún la de apariencia más inocente, suele ser demasiado vertiginosa para el alma humana, que solo se alimenta si el ritmo de lo que se le brinda es pausado.

…las olas: nos dan la impresión de vida, cuando lo cierto es que no son vida, sino vivacidad.

Hoy sé que conviene dejar de tener experiencias, sean del género que sean, y limitarse a vivir: dejar que la vida se exprese tal cual es, y no llenarla con los artificios de nuestros viajes o lecturas, relaciones o pasiones, espectáculos, entretenimientos, búsquedas…  Todas nuestras experiencias suelen competir con la vida y logran, casi siempre, desplazarla e incluso anularla. La verdadera vida está detrás de lo que nosotros llamamos vida. No viajar, no leer, no hablar…: todo esto es casi siempre mejor que su contrario para el descubrimiento de la luz y de la paz.


El silencio es solo el marco o el contexto que posibilita todo lo demás.

…cuando buscamos es que solemos rechazar lo que tenemos. Ahora bien, toda búsqueda auténtica acaba por remitirnos adonde estábamos.

Me ha costado cuatro décadas comprender que el hombre empieza a vivir en la medida en que deja de soñar consigo mismo. Que empezamos a dar frutos cuando dejamos de construir castillos en el aire. Que no hay nada que no tenga su cepa en la realidad. Cuanto más se familiariza uno con la realidad, sea esta cual sea, mejor.
(caerse de la bicicleta…) En cuanto comenzamos a juzgar los resultados, la magia de la vida se disipa y nos desplomamos; y ello con independencia de lo alto o bajo que haya sido nuestro vuelo.

“Cuando como, como; cuando duermo, duermo”

…creo que para escribir, como para vivir o para amar, no hay que apretar, sino soltar, no retener, sino desprenderse. La clave de casi todo está en la magnanimidad del desprendimiento. El amor, el arte y la meditación, al menos estas tres cosas, funcionan así.

…la importancia de confiar. Cuanta más confianza tenga un ser humano en otro, mejor podrá amarle; cuanto más se entregue el creador a su obra, esta más le corresponderá. El amor –como el arte o la meditación- es pura y llamamente confianza. Y práctica, claro, porque también la confianza se ejercita.

La meditación es una disciplina para acrecentar la confianza. Uno se sienta y ¿qué hace? Confía. La meditación es una práctica de la espera. Pero ¿qué se espera realmente? Nada y todo.

Al estar aparentemente inactivo, cuando estoy sentado comprendo mejor que el mundo no depende de mí.y que las cosas son como son con independencia de mi intervención.

La atención me fue conduciendo al asombro. En realidad, tanto más crecemos como personas cuanto más nos dejemos asombrar por lo que sucede, es decir, cuanto más niños somos. La meditación –y eso me gusta- ayuda a recuperar la niñez perdida. Si todo lo que vivo y veo no me sorprende es porque, mientras emerge, o antes incluso de que lo haga, lo he sometido a un prejuicio o esquema mental, imposibilitando de este modo que despliegue ante mí todo su potencial.

Me hice con un animal para avivar el animal que hay en mí, ahora lo entiendo.

Y de todo esto, ¿qué he concluido? Pues que la felicidad es, esencialmente, percepción. 

Cuanto más se medita, mayor es la capacidad de percepción y más fina la sensibilidad

…nada en este mundo permanece estable. Que todo va cambiando (…) También nosotros cambiamos, y ello por mucho que nos empeñemos en vernos como algo permanente o duradero. Esa esencial mutabilidad del ser humano y de las cosas

… los pensamientos son escasamente fiables mientras que las personas (…) lo son en un grado bastante mayor.

¿En qué confío yo?

Aceptar esa constante mutabilidad del mundo y de uno mismo no es tarea fácil, principalmente, porque hace inviable cualquier definición que sea cerrada. Los seres humanos solemos definirnos por contraste o por oposición, lo que es tanto como decir por separación y división. Pues es así, dividiendo, separando y oponiendo como precisamente nos alejamos de nosotros mismos. Definir a una persona y no aceptar su radical mutabilidad es como meter a un animal en una jaula.

… no puedo condenar a quien fui en el pasado por la sencilla razón de que aquel a quien ahora juzgo y repruebo es otra persona. Actuamos siempre conforme a la sabiduría que tenemos en cada momento, y si actuamos mal es porque, al menos en ese punto, había ignorancia. Es absurdo condenar la ignorancia pasada desde la sabiduría presente.

Para conocerse, por tanto, no hay que dividir o separar, sino unir.

…no hay yo y mundo, sino que mundo y yo son una misma y única cosa.

Todo lo que haces a los demás seres y a la naturaleza te lo haces a ti.

Nuestra vida solo es digna de este nombre si fluye, si está en movimiento. Sea por cobardía o por pereza, sin embargo, o incluso por inercia –aunque casi siempre es el miedo lo que mayormente nos paraliza-, todos tendemos a quedarnos quietos y, todavía más, a encastillarnos. Encastillarse no es solo quedarse quieto; es dificultar cualquier movimiento futuro. Buscamos trabajos que nos aseguren, matrimonios que nos aseguren, ideas firmes y claras, partidos conservadores, ritos que nos devuelvan la impresión de continuidad… Buscamos viviendas protegidas, sistemas sanitarios bien cubiertos, inversiones de mínimo riesgo, ir sobre seguro… Y es así como el río de nuestra vida va encontrando obstáculos en su curso, hasta que un día, sin previo aviso, deja de fluir. Vivimos, sí, pero muy a menudo estamos muertos. Nos hemos sobrevivido a nosotros mismos: hay bio-logía, pero no bio-grafía.

…todo sin excepción puede ser una aventura

La meditación que practico apunta al carácter aventurero –que es tanto como decir insólito o milagroso- de lo ordinario.

Lo que realmente mata al hombre es la rutina; lo que le salva es la creatividad, es decir, la capacidad para vislumbrar y rescatar la novedad. Si se mira bien (…) todo es siempre nuevo y diferente. Absolutamente nada es ahora como hace un instante. Participar de ese cambio continuo que llamamos “vida”, ser uno con él, esa es la única promesa sensata de felicidad.

Gracias a la meditación se aprende a no querer ir a ningún lugar distinto a aquel en que se está; se quiere estar en el que se está, pero plenamente. Para explotarlo. Para ver lo que da de sí.

Para percatarse de que cualquier estado de ánimo, aun aquellos que nos parecen más auténticos e incuestionables, es fugaz basta verificar cómo nace y muere todo en nuestro interior con una pasmosa facilidad.

… la verdadera dicha es algo muy simple y que está al alcance de todos, de cualquiera. Solo hay que pararse, callar, escuchar y mirar; aunque pararse, callar, escuchar y mirar –y eso es meditar- se nos haga hoy tan difícil y hayamos tenido que inventar un método para algo tan elemental. Meditar no es difícil; lo difícil es querer meditar.

Ser consciente consiste en contemplar los pensamientos. La conciencia es la unidad consigo mismo. Cuando soy consciente, vuelvo a mi casa; cuando pierdo la conciencia, me alejo, quién sabe adónde. Todos los pensamientos e ideas nos alejan de nosotros mismos. Tú eres lo que queda cuando desaparecen tus pensamientos.

…ni siquiera debe tomarse conciencia de lo que se piensa o hace, simplemente pensarlo o hacerlo. Tomar conciencia ya supone una brecha en lo que hacemos o pensamos. El secreto es vivir plenamente en lo que se tenga entre manos.

Cuesta mucho aceptarlo, pero nada hay tan pernicioso como un ideal y nada tan liberador como una realidad, sea la que sea.

Quien abandona la quimera de los sueños, entra en la patria de la realidad.

… la naturaleza del sueño, su esencia, es precisamente la decepción. El sueño siempre se escapa: es evanescente, inasible. La realidad, por el contrario, no huye; somos nosotros quienes huimos de ella.

El amor romántico (…) suele ser muy falso: nadie vive más engañado que un enamorado, y pocos sufren tanto como él. El amor auténtico tiene poco que ver con el enamoramiento, que hoy es el sueño por excelencia, el único mito que resta en Occidente. En el amor auténtico no se espera nada del otro; en el romántico, sí. Todavía más: el amor romántico es, esencialmente, la esperanza de que nuestra pareja nos dé la felicidad. Sobrecargamos al otro con nuestras expectativas cuando nos enamoramos. Y tales son las expectativas que cargamos sobre el ser amado que, al final, de él, o de ella, no queda ya prácticamente nada. El otro es entonces, simplemente, una excusa, una pantalla de nuestras expectativas. Por eso suele pasarse tan rápidamente del enamoramiento al odio o a la indiferencia, porque nadie puede colmar expectativas tan monstruosas.

La exaltación del amor romántico en nuestra sociedad ha causado y sigue causando insondables pozos de desdicha. La actual mistificación de la pareja es una perniciosa estupidez. Por supuesto que creo en la posibilidad del amor de pareja, pero estoy convencido de que requiere de una extraordinaria e infrecuente madurez. Ningún prójimo puede dar nunca esa seguridad radical que buscamos; no puede ni debe darla. El ser amado no está ahí para que uno no se pierda, sino para perderse juntos; para vivir en compañía la liberadora aventura de la perdición.

Nos pasamos la vida manipulando cosas y personas para que nos complazcan. Esa constante violencia, esa búsqueda insaciable que no se detiene ni tan siquiera ante el mal ajeno, esa avidez compulsiva y estructural es lo que nos destruye.

Lo que nos disgusta tiene su derecho a existir; lo que nos disgusta puede incluso convenirnos y, en este sentido, no parece inteligente escapar de ello. Bajo una apariencia desagradable, lo que nos disgusta tiene una entraña necesaria.

Todo puede servir para construirse o para destruirse y, en este sentido, cualquier cosa es digna de meditación.

Cada sensación, por mínima que parezca, es digna de ser explorada.

Vivir bien supone estar siempre en contacto con uno mismo, algo que solo fatiga cuando se piensa intelectualmente y algo que, por contrapartida, descansa y hasta renueva cuando en efecto se lleva a cabo.



Para alcanzar estos vislumbres de lo real, no merece la pena esforzarse; más que ayudar a encontrar lo que se busca, el esfuerzo tiende a dificultarlo. No conviene resistirse, sino entregarse. No empeñarse, sino vivir en el abandono. Tanto el arte como la meditación nacen siempre de la entrega; nunca del esfuerzo. Y lo mismo sucede con el amor. El esfuerzo pone en funcionamiento la voluntad y la razón; la entrega, en cambio, la libertad y la intuición.

De manera que no hay que inverntar nada, sino recibir lo que la vida ha inventado para nosotros; y luego, eso sí, dárselo a otros. Los grandes maestros son (…) grandes receptores.

El respeto es para mí el primer signo del amor.

No juzgarme, eso resulta claro; y mucho menos censurarme. No es en absoluto necesario juzgar, basta observar; la simple observación es ya eficaz para el cambio.

Ganaríamos mucho si en lugar de enjuiciar las cosas, las afrontáramos. Nuestras cábalas mentales no solo nos hacen perder un tiempo muy precioso, sino que por su causa perdemos también la ocasión de transformarnos. Porque hay cosas que si no se hacen en un determinado instante ya no pueden hacerse, o no al menos como deberían ser hechas.

Es mucho más saludable pensar menos y fiarse más de la intuición del primer impulso. Cuando reflexionamos solemos complicar las cosas, que suelen presentarse nítidas y claras en un primer momento. Casi ninguna reflexión mueve a la acción; la mayoría conduce a la parálisis. Es más, reflexionamos para paralizarnos, para encontrar un motivo que justifique nuestra inacción. Pensamos mucho la vida, pero la vivimos poco.

El pensamiento, como cualquier actividad humana, debe ir precedido de un acto de la voluntad. Eso es lo que lo hace humano. Tanto más se piensa, tanto más se debe meditar: esa es la regla. (…) cuanto más llenamos la cabeza de palabras, mayor es la necesidad que tenemos de vaciarla para volver a dejarla limpia.

(…) vivimos en un mundo demasiado intelectualizado (…) es preciso despertar al maestro interior que cada uno de nosotros llevamos dentro  (…) todos somos mucho más sabios de lo que creemos (…) El maestro interior no dice nada que no sepamos; nos recuerda lo que ya sabemos, nos pone ante la evidencia para que sonriamos. A decir verdad, sobran todos los maestros del mundo: cada cual es ya un cosmos entero de conocimiento y sabiduría.
Esa sonrisa a la que acabo de apuntar, indulgente y benévola, es infinitamente más eficaz, de cara a la propia transformación, que cualquier censura o reprimenda. (…) Mirar y sonreír, esa es la clave para la transformación.
Sonreír al sufrimiento puede parecer excesivo. Pero lo cierto es que también la tristeza y la desgracia están ahí para nuestro crecimiento. El mal debe aceptarse, lo que significa ser capaces de ver su lado bueno y, en definitiva, agradecerlo. Sabemos que hemos aceptado un sufrimiento cuando hemos extraído algún bien de él y, en consecuencia, hemos dado las gracias por haberlo padecido. No estoy diciendo que sonreír a la adversidad sea lo más espontáneo; pero es sin duda lo más inteligente y sensato. (…) Reaccionar al dolor con animadversión es la manera de convertirlo en sufrimiento. Sonreír ante él, en cambio, es la forma de neutralizar su veneno. Nadie va a discutir que el dolor resulta desagradable, pero aceptar lo desagradable y entregarse a ello sin resistencia es el modo para que resulte menos desagradable. Lo que nos hace sufrir son nuestras resistencias a la realidad.

(…) la atención me parece un trabajo, y la distracción, en cambio, un descanso.

(…) conectar con el propio dolor y con el dolor del mundo es la única forma (…) para derrocar al principal de los ídolos, que no es otro que el del bienestar. Para lograr tal conexión con el dolor es preciso hacer exactamente lo contrario a lo que nos han enseñado, no correr, sino parar; no esforzarse, sino abandonarse; no proponerse metas, sino simplemente estar ahí.

(…) el dolor es nuestro principal maestro. La lección de la realidad –que es la única digna de ser escuchada- no la aprendemos sin dolor. La meditación no tiene para mí nada que ver con un hipotético estado de placidez, como hay tantos que la entienden. Más bien se trata de un dejarse trabajar por el dolor, de un lidiar pacíficamente con él. La meditación es (…) el arte de la rendición. La meditación es una escuela de apertura a la realidad.

(…) uno desea sentarse a diario con la propia porción de dolor: frecuentarlo, conocerlo, domesticarlo… Sin dejar de ser tal, el dolor va cambiando de signo conforme se lo frecuenta. Y es así como se aprende a estar con uno mismo.


Lo que urge aprender es que no somos dioses, que no podemos –ni debemos- someter la vida a nuestros caprichos; que no es el mundo quien debe ajustarse a nuestros deseos, sino nuestros deseos a las posibilidades que ofrece el mundo.

A los seres humanos nos caracteriza un desmedido afán por poseer cosas, ideas, personas… ¡Somos insaciables! Cuanto menos somos, más queremos tener. La meditación enseña, en cambio, que cuando no se tiene nada, se dan más oportunidades al ser. Es en la nada donde el ser brilla en todo su esplendor.

Tanto más deseemos y acumulemos, tanto más nos alejamos de la fuente de la dicha.

Casi nunca nos damos cuenta de que el problema que nos preocupa no suele ser nuestro  problema real. Tras el problema aparente está siempre el problema auténtico, palpitante, intacto.
(…) Por grande que sea nuestro iceberg, cualquier iceberg es solo agua. Basta una fuente de calor lo suficientemente potente para que se vaya deshaciendo.  (…) Lo único que hace falta es cierta curiosidad por conocer el propio iceberg. Cuanto más se observa uno a sí mismo, más se desmorona lo que creemos ser y menos sabemos quiénes somos. Hay que mantenerse en esa ignorancia, soportarla, hacerse amigo de ella, aceptar que estamos perdidos y que hemos estado vagando sin rumbo.

“La puerta sin puerta” es una expresión típicamente zen que me hace pensar en que buena parte de lo que vivimos es puramente ilusorio: el amor sin amor, la amistad sin amistad, el arte sin arte, la religión sin religión…

En buena medida podemos hacer lo que queramos y, si no lo hacemos, es precisamente porque no entendemos o no queremos entender algo tan elemental.

Para vivir en la realidad, debemos demoler los sueños que nos han encarcelado. Nuestros sueños no son por lo general verdaderamente nuestros: los tomamos prestados, los fabricamso con un material poco fiable. Investiguemos o no en nuestras vidas, casi todos los sueños terminarán por desmoronarse precisamente porque no son nuestros.

Los problemas nos gustan porque nos dan la impresión de que gracias a ellos podremos ser. El verdadero problema son nuestros falsos problemas. (…)

Hemos creído que nuestros problemas éramos nosotros, por eso nos cuesta tanto abandonarlos. Tememos perdernos, pero es que debemos perdernos. Cuando no nos agarramos a nada, volamos.

Todo problema no es a fin de cuentas más que una idea que yo tengo sobre determinada situaciones. La situación –sea cual sea- no es el problema sino que el problema es mi idea sobre la misma. En cuanto abandono la idea, el problema desaparece. Basta no tener ideas sobres las cosas o situaciones para vivir completamente dichoso. La fórmula es tomar las cosas como son, no como nos gustaría que fueran. No hay que nadar en contra de la corriente de la vida, sino a su favor. Ni siquiera hay que nadar. Basta abrirse de brazos y dejarse llevar. Cualquier orilla a la que esa corriente te lleve es buena para ti: eso es la fe. Tú eres tu principal obstáculo. Deja ya de obstaculizarte. Quítate de en medio todo lo que puedas y, sencillamente, empezarás a descubrir el mundo.

(…) todas las dificultades (…) son oportunidades que el destino –ese amigo- nos ofrece para crecer.

(…) en primera instancia se revela como problema, a la luz de la meditación comienza a verse como una oportunidad.

(…) los grandes escollos de la vida son lo que mayormente nos hacen crecer ¡Deberíamos estar agradecidos por tener tantos conflictos!

Podemos tomar lo que la vida nos ofrece com obstáculos, pero es más razonable, más saludable, tomarlo como oportunidades para avanzar.

(...)

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Y quizá haya una manera, igual de espiritual pero más carnal, de meditar y alcanzar la trascendencia:

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La masturbación como forma de conocimiento

por Betty Dodson

Los resultados del EEG* eran fascinantes, pero ¿qué demonios quería decir todo aquello? Raymond me explicó la teoría de que el cerebro manda unas descargas eléctricas de diversa frecuencia que se han clasificado como beta, alfa, zeta y delta. Cuando estamos despiertos, estamos en la frecuencia beta, el dominio de la consciencia y el raciocinio. Es cuando las descargas van más rápido. Estas empiezan a ir cada vez más lento, a medida que el cerebro entra en las frecuencias mencionadas y por ese orden. Alfa es el dominio de la creatividad. Duranteel día, las personas entran a menudo en este estadio sin darse cuenta. Es el ámbito de la intuición, la inspiración, y es cuando se sueña despierto. También existe lo que se llama el sueño alfa, cuando se tienen sueños que luego se recuerdan. Zeta es el sueño profundo, cuando se sueña poco o nada —es un nivel de trance o estado hipnótico. Había oído hablar de maestros de yoga que entran en el estadio zeta conscientemente a través de la meditación. Delta es en nivel más profundo, en el que la actividad muscular voluntaria se suspende y sobreviene el estado de coma.

El experimento de Rutgers estaba en lo cierto, En cuanto enchufé el vibrador, mi cerebro entró en el nivel alfa, y se mantuvo ahí durante toda la masturbación menos el momento antes del orgasmo mediano y antes del del superorgasmo, que se perdieron, Al llegar a ese punto de la masturbación, entraba en el nivel zeta. Estaba usando una dimensión más profunda de mi mente para disfrutar del placer. Mi cerebro tenía un sueño rápido, pero profundo y relajante, mientras mi cuerpo se movía haciendo que la sangre circulara más rápido y que todos los músculos entraran en acción. Todo ello en un estado de consciencia.

Los datos del EEG confirmaban que la masturbación era, efectivamente, una forma deliciosa de meditar. Si se hacia conscientemente, proporcionaba una perfecta armonía entre el cuerpo y la mente, igual que la meditación. La meditación erótica era una cosa práctica, natural, y ahora demostrada científicamente. Era una forma de combatir el estrés y la ansiedad, además de ser una experiencia trascendental en armonía con la naturaleza. Pero lo mejor de todo es que era divertido.



(* EEG: electroencefalograma)


Betty Dodson, en un capítulo de "Sexo para uno solo", en el que habla sobre La masturbación como meditación. Interesante, ¡sin duda!  
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